domingo, 4 de mayo de 2008

¿Ética en la educación?


Por Alberto E. Gómez I.

“A menudo los hijos se nos parecen, y así nos dan la primera satisfacción; ésos que se menean con nuestros gestos, echando mano a cuanto hay a su alrededor. Esos locos bajitos que se incorporan con los ojos abiertos de par en par, sin respeto al horario ni a las costumbres y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar. [1]Niño, deja ya de joder con la pelota. Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca. Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir. Por eso nos parece que son de goma y que les bastan nuestros cuentos para dormir. Nos empeñamos en dirigir sus vidas sin saber el oficio y sin vocación. Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción”
- Joan Manuel Serrat –


Dos entes inseparables son la educación y la ética, entes o más bien dicho actitudes cotidianas que han impactado y lo seguirán haciendo por diversas causas y/o circunstancias. Aquí tratare de clarificar de manera breve la relación entre éstos

Pero antes aclararemos qué es la ética, y qué es la educación. El primer concepto es definido como parte de la filosofía que intenta fundamentar la moralidad de los actos humanos; normas morales que regulan las conductas humanas1; y de acuerdo con Sagols[2] quien afirma que la ética es un saber teórico y práctico: reflexión sistemática sobre el ser del hombre para actuar conforme al bien, a la vida buena. ¿Y quién determina qué es actuar bien? Pregunta no difícil de contestar, pero ya retomaré el tema.

En cuanto por educación, se entiende como la acción y efecto de formar, instruir; conocimiento de las costumbres y buenos modales de la sociedad1. Surge nuevamente la cuestión ¿quién determina cuáles son las buenas costumbres y las normas morales, legales, etc., aceptadas socialmente?

Para poder contestar dichas cuestiones, y de acuerdo con Zea[3], quien considera a Sócrates como el creador de la ética, por ser “el primer filósofo que estudia la conducta moral”…“cambia el conocimiento cosmológico por un conocimiento moral, un conocimiento práctico que lleva al hombre a actuar rectamente”; cabría retomar éste saber socrático, el cual consistía en el conocimiento de cada persona acerca de sí mismo, para saber lo que se es, para serlo. Sócrates descubre que su misión en la vida es la de ser educador, un maestro de almas. Su filosofía es más práctica que teórica, busca el conocimiento de la virtud para que sirva como forma de existencia.

¿Todo aquel que está a cargo de educar (sea educación formal e informal) cumple y se apega a éste criterio socrático? Él se preguntaba irónicamente acerca de la vida, el amor, la muerte el arte, etc., su ironía consistía en afirmar “sólo sé que no sé nada”: significa dudar de todo lo que creemos saber, para después llegar a saber. Para Sócrates la duda se convierte en método en la constante búsqueda de la verdad. Y cuestiono nuevamente ¿cuántos educadores fomentan esta actitud creadora? y, lastimeramente ¿cuántos repiten esquemas y/o programas decrépitos y arcaicos?

La educación esta en manos de diferentes agentes, se vive día con día, se renueva según ciertas conveniencias. Para simplificar podemos agrupar estos agentes en tres campos claramente distinguidos, responsables de la educación e íntimamente relacionados: padre-hijo, educador-educando; Estado-pueblo.

En todas ellas es necesario romper con el modelo totalizante del sistema para crear nuevas relaciones de alteridad; por ejemplo, el niño cuando nace carece de cultura; más aún, es incapaz de valerse por sí mismo, de pensar o expresarse debidamente. Su vida, sobre todo en la infancia, se resuelve en un lento proceso de aprendizaje sociocultural. Denominamos pedagógicamente al ámbito de la vida humana donde priva la actividad de aprendizaje o adquisición de conocimiento, costumbres y valores a partir de instituciones y personas que ya los poseen.

Analicemos el primer grupo: padres-hijo. Los padres ven en el hijo una prolongación de su propio ser y tienden espontáneamente a que sea lo mismo que ellos. Le imponen sus hábitos, su forma de pensar, sus gustos, sus proyectos, sus amistades. Los Padres no quieren que el hijo (y sobretodo la hija) se aparten de ellos; porque es su hijo, les pertenece. El hijo se convierte así en un producto de los padres, carente de singularidad cultural y vocacional. La educación que se les ofrece a los hijos, es en general coercitiva, caen en paradigmas totalmente tramposos y chantajistas, quieren que los hijos hagan y/o sea lo que ellos no fueron, lo que ellos no pudieron, lo que ellos dejaron inconcluso (como terminar la carrera, ser buenos hijos, ser felices, etc.); pero por otra parte, quieren que no sean lo que ellos en su juventud sí fueron (inquisidores –en el mejor de los casos-, trasnochadores, infieles, irresponsables, etc.). Así que - en palabras de Fromm4[4]- “el método más efectivo para debilitar la voluntad de los hijos es provocar su sentimiento de culpabilidad”. Por lo tanto, mientras no haya una educación cimentada en la comunicación abierta, honesta, sin doble moral, fomentando el respeto, la tolerancia pero sobretodo el amor, difícilmente este grupo podrá formar seres educados dispuestos a integrar una sociedad sana.

El hijo-alumno es educado y tratado como un objeto, un ente en el que el educador debe depositar durante varios años un cúmulo de conocimientos, que estarán dispuestos (sea por los padres o por el propio alumno) como ese preciado tesoro predestinado a ser descubierto en cualquier momento.

Así, podemos observar en el segundo grupo, educador-educando; como la escuela juega un rol vital en la prosecución de objetivos, objetivos nebulosos, pero bien establecidos sistemáticamente; dice Hersh[5] “las escuelas son instituciones cargadas de valores por su misma función; deben transmitir el conocimiento, las habilidades y los valores necesarios para sobrevivir en una sociedad siempre cambiante”…“ Los profesores son importantísimos en la transmisión de valores”, como seres humanos, el profesor no puede ser neutral a estas circunstancias, por sus opciones pedagógicas y conductuales (incluso económicas) es un modelo a seguir, es un educador moral, sea cual sea la materia que imparta. Así, dejo esta pregunta en el aire ¿deben las escuelas dedicarse a los valores y la educación ética?, parece que no hay otra alternativa que responder que son necesariamente instituciones con una tarea moral importante.

Demostrar que están implicadas en este tipo de educación no resuelve el problema. El alumno no tiene exterioridad frente al sistema educativo, como no la tenía el hijo frente a los padres. La escuela cuenta e identifica numéricamente a los alumnos, los someten a un proceso indiscriminado de aprendizaje y les entregan al final un título que certifica su adaptación al saber del sistema mediante los conocimientos. La palabra del alumno en cuanto a otro no cuenta; más aún, perturba el orden de la mismidad repetidora, y por tanto hay que callarla.

¿Qué deben hacer los profesores como educadores morales? La inculcación de valores ha sido una respuesta a esta pregunta. Los que adoptan esta modalidad dan a los alumnos los valores y las respuestas morales acertados diciéndoles lo que se debe creer. Éste método a menudo considerado como predicación (moralización), ha sido criticado como una forma de adoctrinamiento y como contrario al tipo de educación necesaria para una ciudadanía altamente capaz de ejecutar y seguirse por cuestiones más bien prácticas y técnicas, donde los valores no tienen cabida.

De lo anterior, y de acuerdo con Fromm[6], en el sistema actual educativo los estudiantes “asisten a clases, escuchan las palabras del profesor y comprenden su estructura lógica y su significado. De la mejor manera posible, escriben en sus cuadernos de apuntes todas las palabras que escuchan; así más tarde podrán aprender de memoria sus notas y ser aprobados en el examen; pero el contenido no pasa a ser parte de su sistema individual de pensamiento, ni lo enriquece ni lo amplia. En vez de ello, los alumnos transforman las palabras que oyen en conjuntos fijos de pensamientos o teorías, y las almacenan”. Por lo tanto los estudiantes solo repiten los que sus profesores les dicen, y rara vez son cuestionados; profesores que asumen como verdades afirmaciones hechas por otros, creadas por otros y que a su vez ellos también repiten. El proceso de aprender, debe fomentar una educación distinta, la verdadera educación debe retomar la importancia del ser humano por sí mismo; que los alumnos dejen de ser – continúa Fromm- recipientes pasivos de las palabras y de las ideas que escuchan y oyen; y lo que es más importante, que sean estudiantes que capten y respondan de manera productiva; es decir alumnos capaces de emitir juicios basados en la razón, la reflexión y el libre criterio, afectado y propositito tanto con él, y de igual manera comprometido con su entorno; solo así podremos considerar a la escuela como una institución forjadora de una ética inmersa en valores.

Y por último, tenemos la relación Estado-pueblo. El pueblo en general, es un ser carente de cultura al que el Estado educa para asimilarlo al sistema. Se da en nuestro medio dos tipos de cultura: la cultura elitista y la cultura popular. La primera es reflejo y prolongación de la cultura europea. La segunda es propia del pueblo inculto, subcultura o cultura del silencio. Una pertenece al sector hegemónico de la sociedad, a los que pueden estudiar en el colegio y en la universidad. La otra es la de los que no saben, porque no pudieron ir al colegio, porque son analfabetas, porque desde la miseria en que viven no tienen acceso al ambiente cultural de la sociedad. El Estado procura darle cultura al pueblo para unificar la sociedad dentro de lo mismo. Lógicamente le proporciona la cultura elitista, que es la única cultura valida para el sistema.

Sabemos (afirma Fromm) que ninguna organización social, política, ni educativa puede hacer más que impulsar o impedir la realización de ciertos valores e ideales[7]; No necesitamos ideales nuevos, ni metas espirituales nuevas, ni paradigmas impactantes; los grandes maestros (educadores) de la humanidad han postulado una vida sana. En su conjunto, más allá de doctrinas, religiones, posturas, idiomas, tiempos, etc., estos grandes maestros han luchado por darle al ser humano las bases necesarias para enriquecer su espíritu; actualmente, todos nosotros somos herederos de sus grandes enseñanzas, no necesitamos conocimientos nuevos; pero sí necesitamos tomar en serio las cosas en que creemos, las cosas en las que predicamos, las cosas que enseñamos. Lo que necesitamos es darle sentido a nuestro papel docente y reconocer que somos maestros no solo de una clase, sino de la vida en sí.

Una verdadera educación ética se debe fundamentar en tener conciencia que se educa a seres humanos potencialmente capaces de encontrar y encontrarse como tales. El niño, el joven, el pueblo tienen su propia palabra que deben expresar. Es distinta de la palabra del padre, del educador y del Estado; pero es palabra. El sistema la niega diciendo que son balbuceos, caprichos, falta de cultura, rebeldía, desobediencia, inconformismo, inmadurez, etc. Quienes educan desde el sistema sienten que la palabra del otro como educando es un peligro y la silencian, la transforman o la reprimen. El educador vuelve al alumno un repetidor de su misma palabra. No le enseña a cuestionar, a comprender, a utilizar lo que aprende para crear. El padre vuelve al hijo a ser obediente y sumiso, dotado de buenos modales y elevadas aspiraciones. El Estado vuelve al pueblo un rebaño masificado, conformista; le proporciona diversión y juegos, lo tranquiliza con informaciones deformadas, introduce una tecnología educativa muy eficaz para la domesticación tecnológica, infravalora las materias que ayudan a pensar, desestimula las carreras humanísticas, incluso las elimina.

La ética (educación) humanista según Fromm[8], sostiene que “si el hombre está vivo, sabe lo que está permitido; y vivir realmente significa ser productivo; no emplear los propios poderes para ningún fin que trascienda al hombre, sino para uno mismo; dar un sentido a la propia existencia”; es decir que la propia persona puede realizarse y encontrase en su propia búsqueda.

El educador (profesor, padre, Estado) no sólo debe respetar la voz del otro (educando hijo-pueblo), sino que debe estimularla, enseñar a pronunciarla. Es necesario fomentar el sentido crítico, la creatividad, la responsabilidad en el educando. La tarea de generar y producir en los agentes ideales y las normas que guían y guiarán nuestra sociedad es y debe de ser, tarea de la educación; educación ética en todos los ámbitos, capaz de acabar con la dañina separación entre el conocimiento formal e informal, entre el conocimiento teórico y práctico, entre la enajenación del trabajo y el pensamiento. No olvidar que educación literalmente significa “e-ducere”, “sacar” lo que está dentro del hombre (ser humano).

Es necesario impulsar el desarrollo de una cultura legítima, propia, adecuada; es necesario crear una verdadera ÉTICA DE LA EDUCACIÓN.

“Un día Hui KO predicaba en una gran ciudad acerca del sentido del Zen.
Enterado de esto, Tao Huan, un maestro de meditación,
envió a uno de sus alumnos para que averiguara quién era Hui Ko,
porque sospechaba que su prédica era falsa.
El discípulo, tras escuchar las enseñanzas del patriarca,
no volvió junto a su antiguo maestro.
Tao Huan envió a otros monjes para que fueran a buscarlo,
pero todos ellos se quedaban con el nuevo patriarca.
Algún tiempo después, se encontró con el primero
que había enviado y le pregunto:
- ¿Cómo es que mandé a buscarte tantas veces?
¿Es que acaso no te había abierto yo los ojos?
- Mis ojos eran perfectos desde el comienzo;
fue culpa tuya el que empezara a bizquear- respondió el discípulo
-Texto zen-

[1] Diccionario de la Lengua Española (2004). Larousse: Méx.
[2] Sagols, L., y otros (2006) “Ética y Valores”. McGraw-Hill: Méx.
[3] Zea, L. (1960) “Introducción a la filosofía”.UNAM: Méx.
[4] Fromm, E. (1953) “Ética y psicoanálisis”. FCE: Méx.
[5] Hersh, R. y otros (1997) “El crecimiento moral”. Nancea: Madrid
[6] Fromm, E. (1976) “Tener o ser”. FCE: Méx.
[7] Fromm, E. (1955) “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea”. FCE: Méx.
[8] Ibidem

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