domingo, 4 de mayo de 2008

Dialéctica de la libertad


Por Alberto E. Gómez I.

Capitán: “… Decime un poco, ¿vos sabés lo que te espera?
Pedro: Me lo imagino.
C: Tal vez sea bastante peor de lo peor que imaginás. Diariamente hacemos progresos.
P: Lo que me imagino siempre es peor.
C: Pero ¿qué sos? ¿Un suicida?
P: Nada de eso. Me gusta bastante vivir.
C: ¿Vivir reventado?
P: No, vivir simplemente.
C: Yo te ofrezco que vivas, simplemente.
P: No, simplemente no, Usted me ofrece que viva como un muerto. Y antes que eso prefiero morir como un vivo…”.
- Mario Benedetti-



La relación opresor-oprimido es una relación bipolar cerrada: el opresor oprime al oprimido y el oprimido es oprimido por el opresor. Para romper esta relación bipolar es necesario introducir un tercer elemento que no sea ni opresor ni oprimido, es decir que no esté configurado en su ser por la opresión sino por su opuesto, un ser en libertad.

Primero definiremos lo que es libertad de acuerdo con varios autores. Según el diccionario de la lengua española, se refiere a la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra[1]; asimismo tiene las siguientes concepciones: estado o condición de quien no es esclavo, estado de quien no está preso; falta de sujeción o subordinación. Por otro lado, el término libertad también se puede aplicar en estos contextos[2]:
a) libertad condicional. Beneficio de abandonar la prisión y que puede concederse a los penados en el último periodo de su condena siempre y cuando sean sometidos a una posterior observación y evaluación de la buena conducta.
b) libertad de conciencia. Facultad de profesar cualquier religión sin ser acosado por la autoridad.
c) libertad de pensamiento. Derecho de manifestar, defender y difundir las opiniones personales
d) libertad de espíritu. Dominio o señorío del ánimo sobre las pasiones

De todo lo anterior, y volviendo a esa relación tan cotidiana de opresor y oprimido, surge un tercer elemento; voy a denominar a este tercer elemento como el ser conciente. El ser conciente, es en primer lugar porque tiene conciencia de otra forma de relación que puede cambiar la relación de opresión. Y, en segundo lugar, porque ha tomado conciencia de la situación de opresión como situación de alienación: tanto el oprimido como el opresor viven alienados en su ser.

El ser conciente es precisamente ese personaje de Orwell1[3]: Winston Smith, quien tras una insoportable y desgarrable incertidumbre afirma “si queda alguna esperanza está en la plebe”. Tal reflexión nace de una persona capaz de darse cuenta del engaño, sentido común que le hace llegar a la conclusión de que aquel que está arriba solo puede mirar hacia abajo, el de abajo solo puede mirar hacia arriba; pero el que está en medio (el plebe) tiene una visión total.

El ser conciente no es un ser humano caído de las estrellas, que aparece de improviso o por generación espontánea. El ser conciente es hijo de la opresión, ha sido antes opresor u oprimido; sin embargo, ha dejado de ser lo que era al cobrar conciencia de una nueva posibilidad de ser: un ser libre. Desde entonces ha roto con su identidad de opresor u oprimido y ha iniciado el despertar, la lucha por alcanzar su nuevo modo de ser. Si era opresor, habrá dejado de oprimir, y viceversa; sea este despertar exitoso o no, su rebelión lo hará libre (o en su defecto, estará en proceso directo de serlo).

Entre estos tres agentes oprimido-opresor-ser conciente se da una relación estrechamente ligada. Entre el oprimido y el ser conciente, otra entre el ser conciente y el opresor, y otra entre el oprimido y el opresor. Cada una de ellas tiene dos direcciones, ya que es una relación mutua. Analizaré brevemente estas relaciones.

En relación del oprimido en dirección al ser conciente, constituye el primer momento del proceso de libertad. Consiste en el clamor del oprimido que es escuchado por el ser conciente, unas veces está expresado en el grito de dolor o en la queja; otras veces es una palabra muda: el hambre del pobre, el sudor del trabajador o la sangre del fustigado. En todo caso se trata de la violencia que sufre nuestra sociedad en todos sus ámbitos sean económicos, políticos, judiciales, educativos, etc.

Dice Marcase “ la libertad vendría a ser el medio ambiente de un organismo ya no susceptible de adaptarse a las actuaciones competitivas requeridas para un bienestar subyugado, ya no susceptible de tolerar la agresividad, la brutalidad y la fealdad del modo de vida impuesto. La rebelión se habría enraizado entonces en la naturaleza misma, en la biología del individuo; y, sobre estos nuevos fundamentos, los rebeldes redefinirían los objetivos y la estrategia de la lucha política, que es la única en el curso de la cual pueden determinarse las metas concretas de la liberación”[4]

Injusta de que es objeto el pobre levanta un clamor, que escucha quien tiene conciencia de la dignidad humana, quien posee corazón de carne. La palabra del pobre llama, provoca la respuesta de quien la escucha, si éste no cierra su corazón ni se “desentiende” comprende la situación del pobre como otra situación que cuestiona y conmueve la estabilidad de la situación propia. El cuestionamiento que me hace “el otro” constituye el primer momento del proceso por liberarse. Si no hay cuestionamiento, no puede haber concientización, y se detiene todo proceso.

A este cuestionamiento de la palabra del oprimido sigue la respuesta del concientizado. Esta respuesta debe ser lúcida y eficaz. Comienza por ayudar al oprimido a tomar conciencia de la dignidad humana, que le permitirá comprender la negatividad de su situación. Esta concientización liberadora pretende que el oprimido articule su propia palabra, que pronuncie su situación y la exprese no como simple clamor biológico o resignación muda. Así asume su libertad como posibilidad y comienza a ser sujeto de su propia historia.

Ya lo cuestiona Fromm[5], ¿es libre el hombre para elegir el bien en cualquier momento dado, o no tiene tal libertad de elección porque es determinado por fuerzas interiores y exteriores a él?

Esta concientización inicial debe profundizarse en una educación liberadora. Hay que suscitar en el oprimido el cuestionamiento de la fijación que tiene en su conciencia de la relación opresor-oprimido. Necesita dejar de sentirse objeto de un sujeto. De lo contrario rechazará, sí, al opresor, pero se plegará y acomodará al ser del concientizado, haciendo de él el nuevo sustituto, esta vez bondadoso y paternalista, del viejo opresor. El hábito de la domesticación lo prolonga sometiéndose a los nuevos líderes o imponiéndose autoritariamente a quienes dependen de él; por eso el oprimido es, siempre que puede, opresor del opresor. Éste hábito, que surge por introyección de la imagen del opresor, sólo se puede destruir mediante un lento proceso de educación liberadora. Dicha educación constituye la respuesta eficaz del concientizado al oprimido.

Habiendo escuchado la palabra del oprimido, el concientizado pronuncia su palabra dirigida al opresor. Denuncia proféticamente en nombre de la humanidad del oprimido la voluntad del poder y lucro del opresor. Custiona la acción del opresor y los condicionamientos y mecanismos sociales de la opresión. De este modo, abre el camino para que el mismo opresor se libere. Porque el opresor también es oprimido y necesita liberarse. Lo oprimen las estructuras del sistema de opresión en que se mueve. Lo oprime la necesidad de poseer y dominar. Y lo oprime el miedo a perder su situación de privilegio, el miedo a la inseguridad de su vida frente a la posible libertad del oprimido, el miedo al futuro en la libertad. Por eso el opresor se aferra al pasado, a las tradiciones, al sistema, a sus propiedades, a los títulos, al orden. Todo ello es garantía de su precaria inseguridad basada en la dominación del otro, a quien teme como su posible opresor.

Si el opresor se deja cuestionar por la denuncia, inicia su concientización, pasa a engrosar las filas de los seres conciente y acelera así el proceso de la liberación. Esto es lo ideal y es el objetivo que debe pretender la denuncia y la resistencia. No se trata en el proceso de liberación, como he repetido varias veces, de acabar con las personas opresoras, sino de acabar con la opresión liberando a todas las personas. El antiguo opresor concientizado es un elemento de gran valor en la liberación. Conoce mejor que nadie los mecanismos de la opresión y cuenta con capacidad, poder y conexiones para convencer a otros de la necesidad de impulsar la liberación.

Por desgracia, lo normal es que el opresor reaccione negativamente, por las razones que antes indique. Vive satisfecho en la seguridad y el confort de su dominación. Entonces se vuelve violentamente contra el ser conciente, que representa la amenaza de su ser. Opta por la represión para acallar su palabra; pero, como no lo puede callar, tiene que eliminarlo ya sea físicamente, matándolo; ya sea psicológicamente, comprándolo a su servicio. Aumenta la violencia del opresor, so pretexto de hallarse en peligro los valores tradicionales, el orden y la paz social, la estabilidad nacional. En realidad lo que está en peligro es la seguridad del opresor y la misma relación de opresión, que se tambalean con el aumento de los seres concientes.

Desde que el ser conciente[6] ha entrado en el juego, la relación opresor- oprimido en ambas direcciones, se ha transformado. Ya no se trata de una relación natural y espontánea. Ya no es posible ser opresor con “buena conciencia”, ni oprimido “resignado”. Ambos pasan a tener “mala conciencia”, es decir conciencia de que su estado no es humano. El opresor se convierte entonces en represor, con el fin de impedir la liberación del oprimido y el aumento de la concientización. El oprimido se convierte en rebelde para liberarse del opresor.

Esta nueva situación ha sido producida por la aparición del ser conciente, pero no ha sido provocada por él. El ser conciente no pretende convertir al opresor en represor ni al oprimido en rebelde. El ser conciente quiere hacer desaparecer al oprimido y al opresor liberando a las personas de esta condición inhumana. Quiere que cada uno de ellos se realice como persona en el amor y la comprensión del otro, no en la pura reivindicación de sí mismo.

Es necesario para ello que tanto el opresor como el oprimido introyecten la imagen del concientizado libre, que no es ni opresor ni oprimido. Este proceso no puede darse sin una lucha. Esperar la conversión del opresor y el oprimido como un acuerdo de paz y amor es candidez ilusa, si no hipócrita. Pero la lucha por la liberación no puede ser violenta ni dirigida sin más hacia la consecución del poder; porque esas son las aspiraciones y las armas de la opresión. Para que el opresor se concientice y se libere de su propia opresión, la lucha del oprimido concientizado debe tener como orientación el realizarse como hombre libre, y no el destruir al otro que no le deja ser libre.

Un defecto notable y a su vez gravísimo que tenemos en nuestra sociedad es la falta de sentido del compromiso. Nos gusta no tomar muy en serio las cosas, no afrontar las situaciones difíciles, dejar muchas puertas abiertas al tomar una decisión, no conferirle demasiado valor a la palabra dada, etc. Aunque ya he hablado del compromiso y hasta he sugerido compromisos concretos, es conveniente cerrar con una reflexión sobre el tema. No estamos conformes con nuestra situación de subdesarrollo, de dependencia, de opresión, de injusticia, y, sin embargo, poco o nada hacemos por cambiarla. Estamos acostumbrados desde tiempos remotos a que sean otros, extranjeros o nacionales, quienes tomen las decisiones que no corresponde a cada uno de nosotros tomar. De este modo nos hemos vuelto pasivos e indiferentes frente a la historia. Esperamos y ansiamos un futuro distinto, pero olvidamos que el futuro es una tarea, no un regalo[7].

Muchos elogios hay acerca de la paciencia del ser humano. Pero de la paciencia a la resignación y a la desidia no hay más que un paso; y luego surge el sentimiento de incapacidad como una racionalización de la pereza. Desde la colonia abrigamos en lo más profundo de nuestro ser el sentimiento de que no somos capaces. Hemos de convencernos cuanto antes de lo contrario. Nuestra sociedad será ella misma y tendrá algo que decir a las demás sociedades del mundo cuando nosotros descubramos e identifiquemos una identidad genuina, auténtica y original; esto será cuando logremos romper las cadenas de la dependencia, cundo nos asumamos concientemente como seres libres, cuando tomemos y nos comprometamos en dicha liberación.

Identificar dos niveles de liberación necesaria pero estrechamente ligadas: la libertad social y la libertad personal.

Por libertad social entenderemos al proceso de eliminación de todas las estructuras opresoras que existen en la sociedad: económicas, políticas, jurídicas, pero sobre todo educacionales. Nadie puede ser libre mientras carezca de recursos vitales, recursos para poder cubrir las necesidades mínimas para sobrevivir, tales como el alimento y educación, mientras tenga que aceptar un trabajo mal remunerado, mientras sea incapaz de influir en la vida política, mientras carezca de la fuerza necesaria para hacer respetar sus derechos, mientras deba resignarse a la información deformada de los medios de comunicación social, etc. Las formas de opresión a que vive sometido el pueblo son muchas, y peor aun, cada vez mas frecuentes y menos disimuladas.

Esta liberación se complementa con la liberación personal. La liberación personal constituye una de las dimensiones de la vida humana; sin embargo, nadie nace libre, sino que se hace libre. La vida personal es un combate permanente por la liberación de todo el ser con sus múltiples potencialidades, muchas de ellas jamás descubiertas por la propia persona. De nada sirve la libertad social si los individuos que pertenecen a ella carecen de sentido de libertad; volverán a caer en formas más sutiles de opresión. La libertad social cobra pleno sentido cuando las personas poseen el espíritu de la libertad; con este espíritu se puede romper cualquier tipo de cadena, librar cualquier obstáculo; sin él, hasta las mismas leyes de libertad se vuelven contra él, en forma de lastres cada vez más pesadas.

En este proceso de doble nivel, en el que debemos comprometernos para lograr la liberación de nuestro espíritu; pero ¿cómo comprometernos? Cuando los jóvenes discuten los problemas sociales, nos entusiasman y sugieren miles de soluciones teóricas, pero cuando se pasa a definir qué se puede hacer o cuál va a ser el compromiso tomado, comienza el temor y el desaliento. Se trata otra vez del sentimiento de incapacidad que nos inmoviliza, nos paraliza, pensamos que comprometernos significa la renuncia a toda nuestra vida anterior y el embarque en una aventura de lucha violenta con un futuro incierto. Esto es lo que nos dicen, por una parte los líderes de las revueltas callejeras y, por la otra, los revolucionarios teóricos, los intelectuales subversivos que retratan muy bien nuestros problemas ideológicos, éticos y morales, los publican , los desenmascaran; pero que desgraciadamente, al llegar la quincena, son los primeros que se fieman en la fila del gobierno a cobrar su cheque[8].

Parece como si el compromiso fuese una profesión definida, con título propio, que hace de quien lo posee un comprometido y de quien no lo posee un no comprometido. No, el compromiso es una actitud. Es la actitud de quien habiendo cobrado conciencia de una situación problemática, la toma en serio y procura darle una solución. Se entiende por compromiso la asunción responsable del mundo en que vivimos, tal como es, y la entrega exigente del propio ser a su perfeccionamiento. El compromiso no es, por tanto, una faceta o una parte de la actividad humana, tal como explicaba al hablar de la estructura de la actividad moral. No es que uno estudie, trabaje, se enamore y, además, esté socialmente comprometido. El ser humano es o no comprometido en todo lo que hace; hace todo con responsabilidad o sin responsabilidad.

De ahí que las formas de actuar comprometidamente al servicio de la liberación sean tantas cuantas personas se concientizan responsablemente de esa necesidad[9]. Hay quienes buscan la libertad desde la guerrilla, otro desde el escritorio, otros desde el consultorio, otros pegando carteles, otros luchando con sus compañeros de trabajo, otros conviviendo con los campesinos, etc. Lo importante no consiste en saber quién tiene razón en su forma de liberarse, de comprometerse; lo importante es que cada quien también defina su forma de compromiso, y que sea auténtica, genuina; porque si caemos en la imitación por falta de originalidad y para que no nos señalen con el dedo, tendremos que seguir viviendo en la opresión. Deberemos comenzar por asumir una actitud de hombre libre en todo. Y, desde esa actitud me expreso personal y eficazmente en la lucha por la libertad. De este modo estaremos contribuyendo a fortalecer el movimiento libertador social, desde lo personal, y con autenticidad, originalidad, con congruencia, pero sobretodo con sentido común, con sentido humano que la propia sociedad requiere y necesita.

Formas hay muchas; podemos iniciar procurando que nuestra actitud mental sea siempre hermenéutica: que busque el sentido profundo de la vida social y desmitifique las formas engañosas y tramposas con que uno es embaucado. La denuncia de todo gesto, acción o mecanismo opresor es fundamental. Lo mismo la colaboración con todo grupo o institución que promueva alguna forma de liberación. Como seres concientes, podemos y debemos colaborar en la concientización de los demás. A la hora de elegir una profesión un oficio una forma de vivir libre; y a la hora de orientar nuestro trabajo habitual, debemos tener presente la situación de los otros. Hemos de ser todos, tanto individualmente como engrudos, creativos a la hora de decidir el compromiso en la acción liberadora, y serios en su cumplimiento.

Grandes pensadores han plasmado su sentir en torno a la libertad. Veamos algunas expresiones:
“La libertad consiste en poder hacer todo lo que no daña a otro” Artola
“La libertad no es más que una oportunidad de ser mejores” Camus
“La libertad existe tan solo en la tierra de los sueños” Friederich
“La libertad sin educación es siempre un peligro; la educación sin libertad
resulta vana” Kennedy
“La libertad es el derecho de hacer lo que no perjudique a los demás” Plutarco
“La libertad no es un don gratuito y objeto de juego y lujo; se obtiene con gran
madurez de juicio y se consolida con una gran severidad de costumbres” Castelar
“Si la libertad significa algo, será sobre todo el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír” Orwell

REFERENCIAS:
1 “Diccionario de la lengua española” (2006) Real academia española. Vigésima segunda edición
2 Nuño, F. (2004) “Filosofía, ética, moral y valores”. Thomson: Méx.
3 Orwell, G. (1971) “1984”. Salvat: Méx.
4 Marcase, H. (1969) “Un ensayo sobre la liberación”. Mortiz: Méx.
5 Fromm, E. (1964) “El corazón del hombre”. FCE: Méx.
6 Fromm, E. (1985) “El iedo a la libertad”. Planeta. Barcelona
7 Fromm, E. (1947) “Ética y psicoanálisis” FCE: Méx.
8 Fromm, E. (1955) “psicoanálisis de la sociedad contemporánea”. FCE: Méx.
9 Fromm, E. (1968) “La revolución de la esperanza”. FCE: Méx.
[1] Diccionario de la lengua española
[2] Nuño, F
[3] Orwell, G
[4] Marcase, H.
[5] Fromm, E.
[6] Fromm, E.
[7] Fromm, E.
[8] Fromm, E.

[9] Fromm, E.

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